LAS RUINAS DE LILIPUT
Sangre parecía el relumbre de la pradera
al desmayo de la rama de oro;
Lloraban las mariposas
un adiós de avellanos heridos
al huerto envenenado de ausencia...
Al contacto con el polvo de muerte
los brazos del bosque
alzaban su plegaria a un cielo de horas secas.
El ancho río arrastraba
la imposibilidad del ayer
más allá de la luz y del país del silencio.
Madura, la poesía antigua
desprendía un olor a pureza
y a soledades en llamas
que más que santificar el paisaje
recordaba al infierno.
Y todo caía, caía...
como caían las ruinas de Liliput
a la cuenca de todas las sombras...
Paranoia de Septiembre con rostro de bruja
danzaba con los esqueletos de los árboles
su minueto macabro.
Y ahí estaba yo, en el centro del atardecer,
toda enajenada,
como un trozo de espejo bebiendo lluvia
y contemplando el crepúsculo de la belleza...
Y ahí estaba también el ciprés, de rodillas,
y derramando los dolores del Pentateuco
al afluente de los siglos.
Quise detener el infame ritual del otoño
y volqué las rosas del tiempo
en un estanque de lágrimas perfumadas...
Se alzaron las aguas del espíritu
a mis pupilas con la consagración de las flores
y resurgió la fantasía del buen amor
bajo la calavera de los mil sueños.
Yolanda García Vázquez
España
D@R
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